7.11.06

Figúrese usted

Imagínese usted en un día cualquiera de verano. La playa, el sol, la arena, el mar tranquilo y la brisa salada en su cara y su pelo. Sin pensarlo mucho, estira la toalla, se saca las chalas, se tiende acariciando los granos de arena caliente con las yemas de los dedos. El calor lo hace quitarse la polera y, cuando el viento suave ya no es suficiente para mitigar la sensación, se pone de pie y camina en dirección a la orilla. Pronto siente el agua entre sus pies. Está fría. Imagínese ahora que camina decidido internándose de a poco en el mar. Luchando contra las pequeñas olas que intentan expulsarlo de aquella sopa salada y revuelta, finalmente logra estar a gusto. Con el agua hasta el pecho, nada y nada. Capea olas. Algunas lo revuelcan hasta casi hacerlo caer. Piensa en hacer playita, deslizarse envuelto en un remolino de agua hasta la orilla y luego volver a entrar. Y salir de nuevo. Pero no, prefiere primero nadar hasta el límite marcado por las bollas. Lo hacía desde niño y quiere recordarlo y desafiarse a la vez. Lo decide. Bracea con fuerza y avanza más rápido de lo que creía. Nada y nada, atravesando las olas de agua fría que a veces revientan en su cara. Y abre la boca para tomar aire. Y traga agua salada. Y entre esa agua salada, viene una bola de condones del tamaño de Texas que va directo, impulsada por el fluir del agua, hacia su estómago.

2.11.06

Y si me apellidara Contador?

¿Qué pasaría si un domingo cualquiera despertara con los cables un poco más pelados de lo normal? ¿Si fuera a la cocina de mi casa, me preparara un té, y mientras lo hiciera, tomara dos cuchillos, los más grandes que encontrara en el cajón y me los echara al bolsillo junto con un revólver que quién sabe de dónde saqué? ¿Si saliera a la calle, caminara al paradero, tomara una micro, me bajara en el Bellas Artes, anduviera por José Miguel de la Barra, buscara un café bien conceptual, del cual casualmente soy administradora, entrara y amenazara con enterrarme los cuchillos que porto en mi propia cabeza? ¿Y si me paseara con ellos apuntando a mis sienes, tirara las sillas del local por la ventana y rompiera los vidrios estruendosamente? ¿Qué pasaría?Llegaría el GOPE, la SIP y acordonarían el lugar. Se llenaría de vecinos y de periodistas que, sacados a la fuerza de sus camas una mañana de domingo cualquiera, no se irán del lugar sin encontrar a la Señora Juanita para que les dé una buena cuña. Y doña Juana llegaría puntualmente en bata y pantuflas, con la cabeza llena de cachirulos, especialmente a decirles a los ansiosos reporteros que yo había sido siempre una niña tan tranquila, pero que justo esa mañana me había estado paseando con mis ojitos desorbitados por el sector. Y los periódicos dirían que hice un show ante el público presente, pasándome los cuchillos por las muñecas y por el cuello. Que trabajaba en ese local, pero esa mañana estaba ebria o descompensada y que me sacaron del lugar envuelta en sábanas y frazadas para llevarme a la Posta. Que tengo problemas siquiátricos severos y que había abandonado mi tratamiento, pero nadie lo sabía. ¿Y mañana? Mañana ya nadie se acordaría de mí.